Héctor Germán Oesterheld
Briznas del genio, presencia del talento y un reconocimiento contradictorio
Por Gabriel Fernández
Reflexiones tras la aparición de varios libros del gran historietista argentino Héctor Germán Oesterheld en la colección de Clarín
Por estos meses, el Grupo Clarín ha lanzado al mercado nuevas ediciones de la producción del escritor y guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld.
Uno camina y puede observar en los kioscos selecciones de Mort Cinder, Ticonderoga, El Eternauta: una sensación gratificante se hace presente en el observador que conoce el esplendor del genio, la pasión que inducen sus historias, la trascendencia de la combinación del decir de Oesterheld con los dibujos de grandes como Solano López, Breccia, Pratt.
Estas ediciones, presentadas en el incómodo y desaconsejable formato de libro común, que obliga a un recorrido con lupa por los textos, también sirven para fomentar la aproximación de las nuevas generaciones y el interés de lectores que suelen zambullirse en historias de aventuras pero desconocen la obra en cuestión. Venganza póstuma de Oesterheld, quien al igual que otros creadores objetados en sus respectivos presentes por sus opciones políticas, emerge como best seller real, más allá de campañas y promociones. Puede pensarse en Walsh y en Jauretche, por caso.
Digresión. Estoy esperando a Nekrodamus, todavía un tanto oculto con relación al resto de la producción del autor en cuestión. Venga un rato, lector; total, si se aproximó a un artículo sobre Oesterheld es porque posee tiempo interno: Nekrodamus es una historia en la cual las estrellas son un demonio y un contrahecho. Ambos, con un andar firme y bondadoso, dispuestos a entreverarse en c omplejas aventuras en las que los bordes del bien y del mal aparecen delimitados por el borroso margen de un mestizaje entre la ética y el amor.
Demonio honrado, con hondas preocupaciones existenciales, Nekrodamus el insomne cavila sobre un andar propio de Nippur el errante mientras su amigo -cuya imagen contrasta agudamente con su esencia- halla el camino a través de la entrega de su corazón, incondicionalmente, a la bella que duerme. Inserto en la filigrana de Horacio Lalia, dibujante poco mencionado entre los admiradores del autor de El Eternauta, Nekrodamus es un condenado poderoso, un hac edor de justicia en un mundo en el cual los demonios anidan en hombres de apariencia muy normal.
Pero vamos en otra dirección, que allí apuntábamos: Meses atrás, conocedor de mi afición por Astroboy, mi hijo me regaló un fanzine que aborda la historia y los detalles del siempre joven robotito. Allí pude percibir el reconocimiento que la sociedad japonesa entrega a sus grandes creadores, y como trasfondo, el agradecimiento de una industria potente, sabedora del significado concreto de las obras que llevaron al comic ponja a transitar revistas y pantallas de todo el orbe.
Se me ocurrió pensar que la Argentina tuvo a uno de los genios de la ciencia-ficción mundial, de la aventura y la fantasía, entre manos. Lo tuvo acá nomás, generando una producción sin par -la saga de la invasión extraterrestre plasmada en derredor de Juan Salvo jamás fue igualada por Hollywood, con todos sus chirimbolos técnicos-y el poder local lo reconoció condenándolo al peor de los infiernos: secuestró a sus hijas y lo desapareció. En esta acción lúgubre, propia de demonios con un vasto y torpe proyecto económico, cultural y político por detrás, también participó un importante segmento del empresariado cultural y comunicacional local; qué duda cabe.
Lo desaparecieron y ahora lo reeditan. Le mataron a las nenas y ahora lo promueven. Eso es lo que pasa con Oesterheld y eso es lo que corresponde señalar acerca de estas nuevas ediciones lanzadas por el Grupo Clarín. Porque si la difusión de su obra es, vale reiterar, una venganza póstuma que todos los compañeros podemos celebrar, hubiera estado bien que Oesterheld, como el viejito que ideó Astroboy en su patria, disfrutara hoy de una vejez honrosa, rodeado de afectos y de premios genuinos para su profundo talento.
En la actualidad, en este m omento, el creador de Sherlock Time carece de una nave casa y deambula, como Juan, por un continuum espacio temporal sin destino, por un limbo etéreo en busca de sus hijas. La reparación póstuma que implica la difusión de su labor no alcanza, porque nada alcanza, para paliar su ausencia y la de sus pibas. Que no se les olvide a los actuales editores -y tampoco a sus destacados, prestigiosos y, en muchos casos, realmente coherentes, nuevos prologuistas--.
Apuntes. El comienzo de El Eternauta es delicioso. Alguien dirá: porque se intuye un desarrollo trágico. Pero lo cierto es que resulta un introito magnífico: el frío del entorno (la helada que está amustiando las plantas), los amigos reunidos jugando un truco, charlando al voleo y escuchando una radio que trae noticias tan preocupantes como lejanas, la esposa leyendo en el cuarto y Martita (¡la heredera!) durmiendo con la placidez de los niños felices; el sonido de un 60 que arremete sobre la avenida desierta, el taconeo de una pareja que busca escapar del frío...así deberían ser las cosas, sobre todo porque en la Argentina se fabricaban transformadores -actividad que permitía a Juan vivir tranquilo-.
En Mort Cinder "Brecci a" mira al lector - dibujante - cámara y se pregunta, para la historia "¿Está el pasado tan muerto como creemos?". Pronto aparece Mort en escena, como para precisarle que no, que la historia no ha terminado y habita entre nosotros. El nivel de elaboración de esta obra es lo suficientemente denso como para evidenciar el respeto de los realizadores por el lector; el gran dibujante se anima a enfoques inusuales, el escritor evoca asuntos históricos como para que la muchachada aprenda y los que vienen sabiendo disfruten; la oscuridad, como en Nekrodamus, contrasta con el brillo de Ticonderoga, y en los tres casos la vida recorre, a veces a los codazos, en ocasiones con sutileza, un mundo en el cual la muerte ha efectuado apuestas intensas.
Y qué decir de Sherlock Time, en el cual se articulan las fantasías de recorrer el universo y de conservar el confort (¿la seguridad?, hoy suena mal) de la casa. En su persistente afán aventurador, como diría el inteligentísimo observador -e importante creador, a un tiempo-Juan Sasturain, Oesterheld no ceja en la presentación de misterios y situaciones que deben desovillarse: esto es, no cae en el regodeo de una ciencia-ficción en la que el hallazgo de una g ran idea aplana la acción sino que vuelca a sus personajes en la elucidación de tramas que mantienen en vilo al lector.
¿Cómo se transmiten sensaciones a través de una historieta en blanco y negro? Hay que contar con un dibujante especial al lado, claro está; y hay que dar en el clavo a la hora de elaborar el guión. Por supuesto. Pero la sugerencia profunda subrayada en un cuadrito mana de aquello que los seres humanos han llamado arte y emerge a la luz a través de esa declamada pero no siempre lograda mixtura de trabajo esforzado e inspiración. El hombre condensó esos factores y nos de jó esas páginas que leemos en los incunables, en las ediciones de Récord, en los bellos libracos de Colihue o -con lupa-en las ediciones de Clarín.
Cuánto más para charlar sobre las briznas geniales que recorren la obra de un talentoso. Oesterheld no está; está su esposa, testimoniando esa ausencia con su sóla persona, está la Agrupación que lunes a lunes se congrega para evocarlo y, junto a él, a montoneras de hombres y mujeres de nuestro pueblo que dejaron lo mejor de sí por esta patria. Están sus colegas, muchos de los cuales admiten influencias, reconocen invenciones, siguen. Est án los lectores, que se deleitan con el más refinado autor desde el más popular de los géneros. Y están los compañeros, que mientras transitan las calles de Buenos Aires pispean con placer, bronca, interés y dolor esos kioscos, esos afiches, que hablan de Héctor Germán Oesterheld y sus criaturas.