Una geografía del Dock Sud

Por Néstor Gorojovsky

Secretario general Patria y Pueblo / Director Revista Política


Para los que no conocen Buenos Aires: el Dock Sur es una barriada extremadamente humilde del partido de Avellaneda, construida sobre los bañados donde la Baja Cuenca del Riachuelo-Matanzas termina en el Río de la Plata. Allí, una dársena de combustibles y un "polopetroquímico" contaminan mucho más que un millón de Botnias con su planta de coquificación de la Shell, esa sí prohibida en Europa. Pero más aún contaminan la miseria, la exclusión y la marginación social.

Sus primeros pobladores eran genoveses, como sus vecinos de La Boca, en la orilla Norte del deslinde fluvial con la Capital Federal. Allí se abastecían y comerciaban los quinteros de la costa de Avellaneda.

Es un ámbito anfibio, donde al principio era más común desplazarse en bote que a caballo. No por casualidad incluye la única comunidad caboverdeana de Buenos Aires (descendientes de viejos marineros negros de Cabo Verde que se sinti eron tentados a abandonar los mares en estas tierras acogedoras y feraces).

Más adelante creció lentamente una aglomeración obrera, con trabajadores de las curtiembres, los frigoríficos, los talleres de ribera y del puerto. Los pintores de la Escuela de la Boca y Quinquela Martín, en su obra dedicada a la zona, a veces lo tomaron como paisaje o como sujeto de su creación artística. Las pinturas nos muestran, a principios del siglo XX, un Dock Sur de quintas, canales y zanjones bordeados de sauces y salpicados de algún duraznero. A medida que avanzan los años, el "Doque" va desapareciendo de la robustamente lírica pictografía, en la misma medida en que ese ámbito de égloga primitiva fue dejando lugar a un ambiente infinitamente más sórdido, en el que se incrustó un caudillejo mafioso del Partido Conservador, Barceló.

Puntal de la Década Infame y amigo personal del gobernador Manuel Fresco (y de Roberto Noble, futuro fundador del diario Clarín), Barceló estaba en perfecta sintonía con la Policía de la Provincia de Buenos Aires y regenteaba en el "Doque" una red de prostíbulos clandestinos que le brindaba grandes ganancias y buenas oportunidades de lo que, eufemísticamente, podríamos llamar "control social". No hay gran novedad en el manejo punteril asociado al narcotráfico que pulula hoy por América Latina, y también en el Buenos Aires post-Proceso. Barceló, con su adláter Ruggiero (Ruggierito), manejaban las zonas más pobres del entonces inmenso partido de Avellaneda (incluía Lanús) a fuerza de coimas, tráfico, prostitución y matones.

A medida que avanzó la industrialización sustitutiva de la década de 1930, los habitantes del Doque se fueron incorporando a los talleres y fábricas que también en esa zona empezaron a proliferar. Y a su vez fueron cambiando su composici n étnica: la ola de criollos expulsados por las economías miserables del Interior asfixiado tuvo particular impacto en el barrio. Así que no puede asombrar a nadie saber que El Doque proveyó buena parte de los contingentes que el 17 de octubre de 1945 cruzaron el Riachuelo para liberar de su prisión a un Coronel "populista" y así crear, de hecho, al General Perón que luego conoceríamos los argentinos. Más tarde, bajando en parte por el gran río, se fueron allegando y afincando allí muchos paraguayos que le dieron al Doque su color definitivo.

Después, el Doque vivió la misma historia que el resto del conurbano bonaerense. Años de felicidad y de tristeza, de victorias y derrotas, de prosperidad y extrema miseria.

Esta última se agigantó a partir de 1976, y con el menemismo llegó a límites infernales.

Todo esto viene a cuento de un comentario que nos hizo hace un par de días un viejo amigo, docente de años en una escuela media del Doque.


El hombre nos decía que a mediados y fines de la década del 90 se notaba en los chicos y chicas de la escuela un solo deseo con respecto al futuro: "Que no venga". Ése era el estado de ánimo que explicaba un nihilismo autodestructivo que, por su parte, los defensores del modelo antiindustrial volcaban contra las víctimas desde todas las tribunas que conseguían. El extremo más horripilante de ese ánimo melancólico y mortal era la costumbre que había empezado a hacerse usual entre las adolescentes, en torno a los quince años.

"Buscaban tipos con SIDA para acostarse con ellos. Intencionalmente, sin forro", nos dijo el amigo.

Una forma conciente del suicidio. Si del futuro lo que se espera es que no llegue, entonces lo mejor es apresurar su llegada, y que al menos llegue tras un momento de goce y placer. Después, qué importa.

Una lección de sociología mucho más valiosa que todos los tomos escritos por Durkheim sobre "El suicidio".

Ahora, nos cuenta el amigo, eso se terminó. Es consecuencia de la lenta pero incesante recuperación de puestos de trabajo, y la aparición de programas de integración productiva (de alguno de ellos este docente es intenso participante, así como diez años atrás sostenía con su propio esfuerzo un programa de reintegración de "alumnos problemáticos" todos los sábados, orientado al menos a ayudarlos a recuperar el sentido de su propia dignidad).

Las chiquilinas de quince años, hoy, ya no buscan suicidarse cogiendo con condenados al SIDA.

Eso es un hecho.


El resto, debe juzgarse a su poderosa luz.