El 17 de octubre del '45 abrió la ruta de una Argentina
Por Jorge Enea Spilimbergo
Publicado en Revista Izquierda Nacional Nº 14, Octubre 1998
1945 fue un año caliente. El gobierno militar instaurado el 4 de junio del 43 había perdido vuelo y sobrellevaba el cerco implacable de sus enemigos. Alemania capituló a principios de mayo y Japón, en agosto. Este derrumbe —se pensaba— arrastraría inexorablemente a la dictadura Argentina, a la que se consideraba una prolongación de la potencia del Eje.
No había sido así al comienzo, cuando un importante sector vio caer al gobierno del doctor Castillo, identificado con los conservadores, el fraude y la corrupción escandalosa de la Década Infame. Pero la vasta clase media democrática (que incluso esperaba de los militares una ruptura con el Eje y la incorporación a la guerra junto a las potencias Aliadas) pronto se vio defraudada. Los militares, al igual que Castillo, eran “neutralistas”, y no pocos comulgaban con las ideas del fascismo. El carácter autoritario del régimen era n otorio, su reaccionarismo ideológico en el campo de la educación, el protagonismo de los nacionalistas de derecha y el apoyo de una iglesia “preconciliar” contribuían a enajenar al grueso del estudiantado, convertido en fuerza de choque de la vasta clase media democrática.
Esta vivía en términos ajenos la política nacional, como un capítulo de la lucha mundial entre la “democracia” y el “fascismo”, quería al país en la guerra. Sólo unos pocos, como el socialista Manuel Ugarte y los hombres de FORJA, repudiando al fascismo, veían en el
aflojamiento de los lazos de dominación imperialista a consecuencia de la guerra, la oportunidad de crear márgenes de autodeterminación, para lo cual era imprescindible mantener la neutralidad. Esto provocaba la feroz ofensiva de las potencias “democrát icas”, casualmente, las explotadoras directas de la Argentina.
La vieja Argentina cierra filas
El frente belicista y antidictatorial se componía de los notorios representantes del imperialismo “democrático”, sus agentes internos, los estudiantes y las clases medias, la oligarquía terrateniente, sectores burgueses temerosos de las “represalias”. Era un formidable vendaval que aislaba y ponía al borde del precipicio al régimen militar. Un Nuremberg vernáculo se diseñaba en el horizonte. Virtualmente, todos los prestigios de la Argentina tradicional confluían en la lucha: los grandes diarios —“La Nación”, “La Prensa”, “Crítica”—, leídos como oráculos; la Universidad y las Academia; la vieja SADE y la revista “Sur”; grueso de los artistas e intelectuales; la Sociedad Rural y la Unión Industrial Argentina; los partidos políticos.
Estos últimos ya prefiguraba la Unión Democrática y, mientras tanto, desde el exilio montevideano, pedían la intervención militar de los Aliados contra la Argentina, “último bastión del Eje”. Los firmantes eran los dirigentes de la “izquierda” comunista y socialista, los radicales alvearistas, los demócratas progresistas y un sector de los conservadores. Todos ellos encabezaron la multitudinaria Marcha de la Constitución y la Libertad —Rodolfo Ghioldi del brazo del conservador Santamarina— que parecía anticipar el derrumbe del régimen
militar.
Esta tremenda presión política y social que movilizaba a “toda la Argentina visible” penetró en Campo de Mayo, la principal base militar, a las puertas de Buenos Aires, fracturando la unidad interna del Ejército. El general Avalos se colocó al frente de los conspiradores e impuso al presidente Farrell la renuncia y detención de Perón, entonces vicepresidente y secretario de Trabajo y Previsión. El coronel fue trasladado a Martín García, la prisión militar.
La irrupción de los trabajadores
Todo parecía concluido a satisfacción de la “democracia” cuando lo imprevisto irrumpió en la historia. Una reacción en gran medida espontánea, incontenible y contagiosa puso de pie a la periferia urbana y a los barrios populares. Ciento de miles de trabajadores se volcaron hacia Plaza de Mayo, en marchas infatigables de columnas cuadra a cuadra incrementadas.
No eran los proletarios “conscientes” de la literatura de izquierda...cipaya. Era el real pueblo trabajador que estallaba con su presencia en apoyo de un gobierno que, por primera vez en la historia argentina, se pronunciaba por el derecho de los oprimidos, y no lo hacía desde el texto inocuo de la ley, sino en la práctica cotidiana. El carácter espontáneo y contagioso de la movilización respondía, precisamente, a ese hecho.
En cuanto a la vieja CGT, aunque tardíamente (cuando los acontecimientos ya se habà an desatado) declaró la huelga general (sin duda un giro histórico) en votación dividida que desempató el secretario general de ATE, Libertario Ferrari.
Para el Partido Comunista, en memorable caricatura, una pareja formada por un rufián y una puta seguían un caro cuyo caballo era azuzado por una zanahoria. Para Rodolfo Ghioldi la movilización se componía de obrero de origen campesino, sin experiencia política, atraídos por la reciente industrialización, cuya ingenuidad era explotada por la “demagogia”. Esta tesis sería luego elevada a categoría académica por el sociólogo italiano Gino Germani.
Ocurrió todo lo contrario: el 17 de octubre fusionó en formidable unidad al viejo proletariado de origen migratorio con los “cabecitas negras” procedentes del interior. El anuario “socialista” de ese año calificó la jornada de Octubre como “día funesto para la democracia.
Por su parte, Jorge Luis Borges describió la movilización presentando en “La fiesta del Monstruo” a un grupo de malvivientes y lumpens que suben a un camión de Berisso, avanzan entre improperios y un lunfardo canallesco y, al entrar en Buenos Aires, interceptan a un estudiante de anteojos, por añadidura judío, y lo matan a patadas y puñetazos.
Así vio a sus compatriotas la “elite” intelectual de la época, la que se burló de la “barbarie” de las patas en la fuente donde se refrescaban quienes habían caminado 30 kilómetros para irrumpir en la vida nacional. Así vivenciaban a los portadores de lo que (un cuarto de siglo
antes) llamara Yrigoyen los “dolores inescuchados”.
La tremenda movilización del 17, produjo un impacto inverso en Campo de Mayo, y los mandos democráticos y nacionalistas retomaron la iniciativa. Perón habló al pueblo desde los balcones de la Rosada y se iniciaba la marcha hacia las elecciones del 24 de febrero de 1946.
En la Argentina actual, donde el trabajo y la falta de trabajo sobrevienen como un castigo insoportable, la reacción de nuestros compañeros del 45 nos es particularmente afín y comprensible —mucho más que en los años de bonanza que sobrevinieron—, aunque las soluciones se establecerán en otro nivel.
La Izquierda Nacional entra en escena
Para el socialismo de la Izquierda Nacional, es un orgullo haber saludado, contemporáneamente a los acontecimientos, la gran movilización del 17 de Octubre como un triunfo político de la clase trabajadora argentina. A fines de ese mismo mes, con los hechos aún calientes, el periódico Frente Obrero así lo consignaba, rompiendo resueltamente con la vieja izquierda antiyrigoyenista, primero, y, ahora, antiperonista. Para Frente Obrero, el movimiento que emergía no era la prolongación rioplatense del nazifascismo, como pensaban los Codovilla, Rodolfo Ghioldi, Repetto y Américo Ghioldi.
Por el contrario, era la continuidad superadora de nuestros grandes procesos populares (la Independencia, el federalismo, el yrigoyenismo) y prefiguraba la ola de movimientos nacionales desatada en el tercer mundo al cabo de la guerra imperialista. Respec to a esto último (estamos en 1945) una avanzada de esas luchas, cuando aún la palabra imperialismo se había borrado del vocabulario de la vieja izquierda, y denotaba...fascismo.
Los planteos de la naciente Izquierda Nacional significaron una ruptura intrépida con las viejas tradiciones de la izquierda cipaya, y le valieron la infamación y el ostracismo que supimos victoriosamente enfrentar.
La Argentina “cambió para siempre”
El 17 de octubre, en fin, puso de manifiesto la irrepresentatividad del sistema político argentino de la época. En último análisis, ese sistema se articulaba en torno de la vieja oligarquía, con su derecha oficial, su centro alvearista y su “izquierda”. En el momento crítico, los adversario cerraron filas en la Unión Democrática. Alienado a la contienda europea y su lucha antiimperialista por el nuevo reparto del mundo, ese sistema vivía la contradicción “democracia” versus “fascismo”. Pero en el país habían surgido nuevas fuerzas sociales que no hallaban representación en la contienda. El proceso de industrialización liviana se intensificó al calor de la crisis mundial y el forzado proteccionismo creado por la guerra, ya que los Aliados no podían abastecer de bienes industriales al mercado argentino. Su incipiente burguesía nacional y su correlato de nuevos trabajadores, los sectores industriales del Ejército y del Estado, sectores de clase media ligados al mercado interno, los pueblos empobrecidos del interior, no encontraban representación en las fuerzas existentes y se encolumnaron con Perón, es decir, con las reivindicaciones sociales, el pleno empleo y la industrialización.
A su vez, el coronel y sus adictos militares, debieron radicalizar su discurso ante la defección del grueso de la burguesía industrial, que era la destinataria “natural” de su programa de capitalismo soberano. Tuvo que encontrar abajo, en las grandes mayorías obreras y populares el apoyo para sobrevivir al cerco oligárquico-imperialista. Así, de una justicia social p aternalista, pasó a la movilización de las mayorías oprimidas, sin las cuales ningún programa patriótico y nacional es viable. Con la alianza pueblo-Ejército un nuevo bloque de poder se instauraba durante una década, y la Argentina, como dice María Luisa Bemberg cerrando su admirable filme “Miss Mary” , “cambió para siempre”.
La oligarquía y el imperialismo aprovecharon las limitaciones del gran movimiento nacional.
Que fue la “Revolucion Libertadora” y por qué pudo triunfar sobre el pueblo argentino
La pregunta central es por qué el presidente Perón renuncia a la lucha cuando gozaba del suficiente apoyo popular y la situación militar de los golpistas era crítica. Lonardi, cabeza de la rebelión, confesaba desde Córdoba, rodeada por tropas leales, que solo controlaba el suelo que pisaba, y su segundo, Isaac Rojas, no encontraba mejor arma que amenazar bombardear la destilería de La Plata. Perón ofrece su renuncia ante la junta de generales y estos, sorpresivamente, apretados por los golpistas, se la aceptan. Debe refugiarse en la
cañonera paraguaya.
¿Qué pasó con la resistencia obrera y popular? Ningún dispositivo político, ideológico y organizativo se había generado para hacerla posible. El sistema bonapartista diseñado en 1945-55, cabalgaba por encima de las contr adicciones de clase, pero enconcertaba a los trabajadores en los límites de un proyecto de capitalismo nacional con justicia social, desarmando su iniciativa estratégica. Eran apoyo indispensable para resistir al imperialismo y neutralizar la deserción de la burguesía nacional; los trabajadores eran la columna vertebral del movimiento, pero no su cabeza. Se los movilizaba y refrenaba al mismo tiempo.
El desarme ideológico del movimiento resultaba gravísimo y las deformaciones burocráticas crecían.
De ahí que la resistencia fuera esporádica, defensiva, y, en definitiva, inocua, pese a los heroísmo locales desplegados. No hubo otro 17 de Octubre, porque el sistema de alianzas del 45 se había quebrado. La Iglesia, el nacionalismo católico y un sector de las FF.AA. pactan con la oligarquía “liberal” y el imperialismo, arrastrando a un amplio sector de clase media a la aventura golpista. Es la lucha de la “democracia” contra la “segunda tiranía”. La Iglesia y su conflicto con Perón suministra el marco aglutinante.
A producir este resultado concurren asimismo las crecientes deformaciones burocráticas y el desarme intelectual arriba mencionado, que habían impedido a lo largo de la década de gobierno dar una batalla ideológica, por ejemplo, en el seno del movimiento estudiantil, colmando el abismo que se cerraba diez años después, bajo Onganía. En cuento al Partido Peronista, que pudo haber organizado la resistencia civil en alianza con la CGT, jamás existió como entidad política. Nació muerto al disolverse los componentes iniciales de la alianza (Partido Laborista, UCR-Junta Renovadora). Todo a lo largo del período estuvo intervenido, bajo la presidencia...¡del vicepresidente Teissaire! (el primero en traicionar).El recambio de cúpula ensayado por Perón después de la intentona golpista de Junio, resultó tardío.
Otros dos aspectos merecen destacarse. Por un lado, la emergencia del 45 coincide con el debilitamiento relativo del poder imperialista, a causa de la guerra. Pero el cerco ya operaba a pleno una década después. Por otro lado, las reformas del 45 eran insuficientes para garantizar la continuidad del proceso transformador, que sólo podía lograrse profundizándolo, radicalizándolo y avanzando más allá de la estructura del capitalismo nacional. El poder económico de la oligarquía terrateniente, aunque acotado, permanecía intacto, así como el de la burguesía trasnacionalizada. Pero los límites estructurales del bonapartismo impedían irrumpir ideológica, política y prácticamente hacia una perspectiva revolucionaria socializante, lo cual, a su vez, generaba retrocesos respecto al propio programa del 45.
Pero el general Perón no podía renegar de ese programa. Impedido de avanzar, tampoco podía convertirse en un Menem de sí mismo. Para no traicionar sus banderas, tuvo que ceder el poder y refugiarse en la cañonera condenándose a 18 años de exilio.